17 junio 2006

Marta y María


Como este blog alcanza cotas sorprendentes de surrealismo y durante la semana parece mi coto privado, dejad que siga en mi línea, ¿no? Al fin y al cabo siempre queda la esperanza de que esa mínima idea alumbrada al lavar los platos o al escuchar una canción, pueda evocar algo en alguien y tenga un eco más allá del dolor de cabeza o del improbable eureka que sufrió o esbozó la pensante original (si es que puede pensarse algo que no haya sido pensado ya, cosa harto improbable). Pensaba en la paz vegetal y os preguntaréis que demonios pinta el cuadro de Velázquez si lo que me he propuesto es hablar de amapolas. Pero ¿qué es una amapola? Es un dejarse ser amapola, es un saberse amapola y nada más amapola y dejarse hacer. Una tranquilidad, una conciencia de sí que ni siquiera necesita conciencia. Hace unos días le contaba a alguien que del millón de probabilidades que había de no nacer, casualmente nacimos: en nuestro cuerpo, con nuestros nombres, nuestras cosas. Y descubrir para qué, cuál es la nota que tendremos que entonar para que no se rompa la armonía, qué será nuestro ser amapolas, puede ser tan fascinante como angustioso depende del día. Recuerdo un verso de Walt Whitman (recuerdo la escena de El club de los poetas muertos donde se recuerda un verso de Walt Whitman) en el que se dice algo así como: y tú puedes contribuir al mundo con tu rima. ¿Y esa será nuestra utilidad? ¿No os partís, de verdad, nunca la cabeza pensando en el hecho de estar ahí sentados/as escribiendo o leyendo lo que sea mientras afuera todo arde? Creo que en momentos etílicos o no, os he soltado este rollo un millón de veces. Bien, pues una más, las obsesiones son obsesiones por algo. De ahí el cuadro. ¿Y si lo que estuviera mal fuese la noción de utilidad? ¿Y si en el fondo no entendiésemos casi nada y todo lo que se considera inútil fuese lo importante, como la no acción de las religiones orientales? Pensadlo y me contáis.
Y mientras, como siempre me da por chillar ¡Marta y María!, ¡Marta y María!, creyendo que todo el mundo ha vivido una infancia de colegio de monjas, os dejo el textito, para que le deis tantas vueltas como yo:
"Camino adelante, llegó Jesús a una aldea y una mujer, de nombre Marta, lo recibió en su casa. Marta tenía una hermana llamada María, la cual, sentada a los pies del Señor, escuchaba sus palabras. Marta, que andaba afanosa en los muchos quehaceres, se paró y dijo: Señor, ¿te parece bien que mi hermana me deje sola con las faenas? Dile que me ayude. El Señor le contestó: Marta, Marta, tú te preocupas y te apuras por muchas cosas, y sólo es necesaria una. María ha escogido la parte mejor, y nadie se la quitará."
Poetas de mi corazón, ¿quiénes sois: Marta o María? ¿Y quién dice que haya que elegir?
Paloma, siento un texto tan largo...