UNA POMPA DE CHICLE- Ana Rodríguez
- Se te ve muy bien desde aquí, Rubio.
Había vuelto a hacer aquel gesto suyo tan peculiar: calculó el espacio, se giró, y dejó que su espalda se curvara lentamente hasta que sus brazos la frenaron, y entonces elevó sus piernas de forma consecutiva, para llegar hasta él sin tener que andar, aunque se mantuvo durante unos segundos boca abajo para hacerse notar, a pesar de que no lo necesitaba: la actitud relajada, con la cual lo hacía, era más que suficiente.
Pris sonreía, pero era raro el momento del día en que lo hacía.
El Rubio la añoraba; quería imaginarla haciendo volteretas por los tejados de aquella ciudad donde se sentía extraño.
No era algo tan descabellado. Toda su relación se basaba en lo que imaginaba sobre ella y no era la primera vez que la veía en sus sueños hacer acrobacias sobre una vertiginosa cornisa o sobre la inestable arista de un tejado. Lo hacía bien; era su sueño, aunque todo sucediera hipotéticamente mientras estaba despierto.
Ahora, a más de dos mil kilómetros de distancia, ahora, que las cosas no podían hablarse cara a cara porque estaban separados por una gran extensión de tierra, decidía que tenía que plantearle a Pris su amistad. Si hubiera tenido nada más que un uno por ciento de la osadía de Pris, le hubiera bastado para decirle todo lo que sentía, que era mucho más que mero aprecio hacia su persona.
¡Plaf! Aquella pompa de chicle había estallado sobre los labios de Pris, pero desde el principio, cuando ella comenzó a soplar, y la goma de mascar fue dándose de sí, haciéndose cada vez más fina a medida que crecía, adoptando un tamaño considerable, el Rubio se sintió bajo la voluntad de Pris, como ese chicle, que creció cuanto ella quiso.
Había vuelto a hacer aquel gesto suyo tan peculiar: calculó el espacio, se giró, y dejó que su espalda se curvara lentamente hasta que sus brazos la frenaron, y entonces elevó sus piernas de forma consecutiva, para llegar hasta él sin tener que andar, aunque se mantuvo durante unos segundos boca abajo para hacerse notar, a pesar de que no lo necesitaba: la actitud relajada, con la cual lo hacía, era más que suficiente.
Pris sonreía, pero era raro el momento del día en que lo hacía.
El Rubio la añoraba; quería imaginarla haciendo volteretas por los tejados de aquella ciudad donde se sentía extraño.
No era algo tan descabellado. Toda su relación se basaba en lo que imaginaba sobre ella y no era la primera vez que la veía en sus sueños hacer acrobacias sobre una vertiginosa cornisa o sobre la inestable arista de un tejado. Lo hacía bien; era su sueño, aunque todo sucediera hipotéticamente mientras estaba despierto.
Ahora, a más de dos mil kilómetros de distancia, ahora, que las cosas no podían hablarse cara a cara porque estaban separados por una gran extensión de tierra, decidía que tenía que plantearle a Pris su amistad. Si hubiera tenido nada más que un uno por ciento de la osadía de Pris, le hubiera bastado para decirle todo lo que sentía, que era mucho más que mero aprecio hacia su persona.
¡Plaf! Aquella pompa de chicle había estallado sobre los labios de Pris, pero desde el principio, cuando ella comenzó a soplar, y la goma de mascar fue dándose de sí, haciéndose cada vez más fina a medida que crecía, adoptando un tamaño considerable, el Rubio se sintió bajo la voluntad de Pris, como ese chicle, que creció cuanto ella quiso.
Apenas recordaba cómo la conoció, pero le parecía lo de menos, porque seguro aquella lo recordaría con todo detalle y hasta sabría la impresión que le había producido a él. Seguro que al tercer día que se vieron fue tan bobo que se lo confesó.
- Me recuerdas a Felipito, el amigo de Mafalda.
En cierto modo, eso le dolió un poco, pensando que tenía los dientes igual que aquel dibujo, como un conejo. Se sintió ridículo y quiso esconderse, ante una previsible falta de éxito.
- Sólo en el pelo. Los dos lo tenéis de punta. Nunca había visto un chico rubio con el pelo tan duro.
Le dio una extraña explicación de peluquera que sólo duró unos segundos, porque vio que a ninguno de los dos les interesaba el asunto. Ella no se dedicaba a ello, y él no se preocupaba por el cuidado de su físico.
A partir de entonces, cada vez que le veía, Pris frotaba su mano sobre su pelo, porque le recordaba al tacto de un cepillo de bebé. El Rubio se encongía de hombros, para facilitarle aquel detalle, con una sonrisa ilusa e ingenua, con la que agradecía ese “cariño”.
Todos sus paseos acababan en el césped, cuando hacía buen tiempo. El Rubio se tumbaba y Pris se quedaba sentada, con las piernas estiradas junto a él. Le dejaba la mochila para que apoyara su cabeza.
Entonces no cesaba de observarla. Era difícil que se mantuviera quieta: cada cierto tiempo, se levantaba y hacía una voltereta. Y era en aquellos momentos cuando su imaginación volaba con más frecuencia. Casi siempre le miraba por un instante cuando estaba de pie, antes de sentarse.
- Eres tan bueno y tan majo.
Sonreía agradecido, pero creía que ese era el impedimento principal para que ellos dos llegasen a un contexto íntimo. Pensaba que si le tenía en tan alta estima, esa imagen le impediría aprovecharse de él.
Pris tenía el pelo rizado, lleno de mechas azules, y siempre algunos de sus cabellos le cubrían la cara. Le sonreía y en aquel momento soñaba que se aproximaba a ella, para apartar aquellos bucles rebeldes que se empeñaban en incordiarla. Sus narices chocaban, Pris sonreía, como era normal en ella, y sus miradas se cruzaban, porque la mirada del Rubio parecía intimidarse ante los ojos brillantes de aquella chica.
Pris se lamía los labios, porque los tenía resecos, y con un cierto desinterés premeditado, lo hacía también con los suyos, aunque sólo fuera una pizca, lo justo para que aquello se pareciera al choque de sus narices. Fue capaz de responder y la besó. Pris le acariciaba la cara y el Rubio se sentía en el cielo, porque ella se aprovechaba de su indefensión: le había apresado sentándose a horcajadas sobre él, mientras continuaba besándole. Sus cabellos le hacían cosquillas en la cara y sus manos le desasosegaban al remangarle el jersey.
El Rubio notó como su vientre se contraía al colocar sus dedos en el terreno que quedaba al descubierto entre sus vaqueros y la camiseta.
- Oye, tú, ¡qué tarde es! Nos tenemos que ir.
Todo había sido un sueño, y sintió que se ruborizaba, porque seguro que tenía cara de imbécil. Pris sólo había estado arrancando pequeñas hojas de la hierba mientras estaba sentada.
- Sólo son cuatro meses.
- ¿Y si te olvidas de mí?
- Eso es imposible. Nunca encontraré una chica tan fantástica como tú.
- Mi vida sin ti se me hace imposible.
- Pris, voy a volver. (Pero sólo somos amigos)
- Si te olvidas de mí, me moriré.
La última noche que estuvo allí la pasó con ella. Pris estaba lúgubre, y para no sentirlo ninguno de los dos, se fueron a un garito oscuro, donde no pudiera ver la tristeza de Pris.
No querían hablar y pasaron toda la noche bailando las canciones lentas y melancólicas que sonaban. Pris se abrazó a él, y apoyó su cabeza sobre su hombro.
En más de una ocasión, el Rubio notó que su espalda se humedecía.
Se miraron por última vez, la última antes de la siguiente. El Rubio quería llevarse el recuerdo de su cara y tuvo que conseguirlo sujetándola entre sus manos. Era la primera vez que acariciaba aquellas mejillas que tanto había deseado.
Pris cerraba los ojos y dejaba su boca al descubierto.
Pris haciendo volteretas. Era el recuerdo feliz que de ella tenía. Pris con los ojos cerrados y los labios entreabiertos, exhalando deseo. Fue la última vez que la vio y aquella imagen era la muestra más evidente de que, en todo el tiempo que habían sido amigos, no se dijeron todo. Se habían conformado con tenerse cerca el uno al otro.
Había trascurrido un día en aquel país extraño. Un día menos para volver a verla, con una sonrisa, desafiando al equilibrio natural de las cosas.
Pris no llores más
Que yo recordaré tu nombre
Pris
Cuando todos nos hayamos marchado
Nadie recordará que estuvimos aquí
Los juguetes no tienen alma ni memoria
Pero sonreirás de nuevo cuando me veas venir
Recordaré tu silueta
Cuando dabas volteretas
Canción para Pris, Los Piratas
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